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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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27-06-2014

 

 

 

 

Fútbol, juegos, deportes y desarrollo

SURda

Opinión

Julio A. Louis


El Campeonato Mundial de Fútbol condensa banalidades, pasiones y resalta virtudes y bajezas. Ante todo, el juego es parte de la recreación humana, o más ampliamente de los seres vivos (un mono, un perro, un gato se divierten con una pelota, un papelito, un coco). Pero en las civilizaciones el juego se convierte en deporte. En “Técnica y civilización” Lewis Mumford explica que la invención de nuevas formas de deportes asociados (el fútbol, el básquetbol, el béisbol) -diferentes a las competiciones individuales de los Juegos Olímpicos griegos, son propios del siglo XIX y productos de la Revolución Industrial en Inglaterra. A diferencia del juego, el deporte presenta tres elementos principales: el espectáculo, la competición y la personalidad de los actores. El espectáculo introduce el elemento estético: el público es parte activa, como el coro en el drama griego, donde el espectador consigue su liberación especial; los actores son los héroes populares que representan el valor, la resolución, el mando, la picardía, elementos empequeñecidos en las sociedades escindidas en clases. Pero, ante todo, el deporte es un negocio provechoso, donde se invierten y ganan millones en beneficio privado y para gloria nacional. Por eso, salvo excepción, todo se arregla para la victoria del favorito popular, no prima el “juego limpio” y el “éxito es a cualquier precio”.

 

Los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, reflejan fuerzas de producción y relaciones sociales sencillas, cuando la producción queda en manos de artesanos o de agricultores en base a técnicas individuales (martillos, palas, jarras). Y los juegos son carreras de hombres o de carros, ejercicios de habilidad o de fuerza como el lanzamiento de la jabalina o la lucha en sus diversas modalidades. Casi todas son competencias individuales, “guerras incruentas” que enfrentan a bandos rivales.

 

Con la aparición de la Revolución Industrial (siglo XVIII) las fuerzas productivas se modifican en base a la máquina a vapor y después a la dínamo y al motor a explosión. Y requieren un espacio físico mayor -la fábrica moderna- para la división del trabajo; división que Charles Chaplin satiriza en “Tiempos modernos” cuando el obrero se limita hasta el hartazgo a apretar un tornillo, a girar una palanca, en tanto el trabajo se hace en serie. Esa forma de producir riqueza, genera otras relaciones sociales, en las que los trabajadores están agrupados en locales comunes. Desde luego, en la vida diaria se traduce en nuevos juegos, donde lo colectivo predomina sobre la individual. Y el fútbol es, el juego preferido, que nace (y no es casual) en la Inglaterra de esa Revolución Industrial.

 

Las reglas del fútbol civilizan viejas prácticas de la humanidad, porque patear un objeto es un juego proveniente de tiempos inmemoriales. En el Medioevo cristiano, detrás de una vejiga de cerdo inflada, se arman batallas campales, en que intervienen todos los pobladores. La vejiga se ubica a media distancia entre dos aldeas o pueblos, y gana el que la traslada a la otra aldea o pueblo. La victoria se logra a expensas de muertos y heridos de ambos bandos, pues todo vale. El juego es pasión, identidad de cualquier grupo humano.

 

Estas ideas básicas no las comprenden ciertos intelectuales incapaces de captar la pasión que desata el fútbol, principal deporte de masas contemporáneo. Son los “marcianos” de hoy, los que se apartan de las multitudes para observarlas desde afuera, nunca desde adentro. Los que desean comprender al mundo sin transformarlo, para lo que sí se requiere, vivir con el pueblo y amarlo.

 

Pero el fútbol se ha transformado en deporte, fuente de ganancias, arena de competencia entre barrios, ciudades, naciones o grupos empresariales. Y la quintaesencia de todo es el Campeonato Mundial, donde cada vez más la capacidad de los protagonistas depende de la infraestructura que los solventa, de la exaltación nacional, del manejo sucio de las grandes trasnacionales, comandadas por la principal, la FIFA. Por eso, aunque lo deseemos, creer que “volveremos a ser campeones, como la primera vez” es una utopía mientras la rueda de la historia gire en beneficio de las minorías privilegiadas. Una utopía como la de Astori-Mujica-Vázquez –sin hablar de la derecha- propagando que Uruguay por sí solo se convertirá en país desarrollado y ¡en una década!

 

La hazaña inigualada de Uruguay es haber sido cuatro veces campeón mundial. Sí, porque la FIFA reconocía hasta hace poco la existencia de campeonatos mundiales de fútbol desde los Juegos Olímpicos de 1920 (Bélgica campeón) y los de 1924 y 1928 (Uruguay campeón), antes que en forma separada de los Juegos Olímpicos, hubiera Campeonatos Mundiales desde 1930. Para comprender esa hazaña hay que incursionar en el aprendizaje criollo observando a los marineros británicos (ingleses y escoceses principalmente) que juegan aquí (y en otras partes del mundo) sus primeros partidos en La Blanqueada (1861). Y comprender la crisis europea de inter-guerras, la prosperidad relativa de los países vendedores de materias primas, tales como carnes y lanas, el desarrollo socio-cultural del país, con figuras relevantes como José P. Varela o Batlle y Ordóñez.

 

Quizás sea 1950 el año del eslabón final de una cadena en que no se ensuciaba tanto que podía ganar el mejor. Aunque ya Jules Rimet hacía de las suyas y jugaba a “ganador”, como se evidencia cuando se desconcierta ante la victoria de Uruguay y Obdulio le saca la copa de las manos sin la ceremonia final planificada. Por esos tiempos, los uruguayos seguíamos a los cuadros de barrio o a Peñarol y Nacional, pero nadie se ponía una camiseta de Barcelona o del Manchester United, ni le preocupaba para ver quien salía campeón en España o en Inglaterra, ni era tan imbécil para agraviar a la embajada de Costa Rica porque su selección nos ganó. Por esos años, defienden las selecciones nacionales los que juegan en sus países. Los once de Maracaná son cinco de Peñarol, tres de Nacional, dos de Cerro y uno de Central. No están tan sólo dos titulares “cantados” porque se habían ido a Colombia y Argentina, Raúl Pini y Walter Gómez. Ahora de los once nadie juega en el país, y situaciones iguales o parecidas se dan en otras selecciones, sobre todo del Sur pobre.

 

Por fin, conozcamos la historia. Uruguay y Brasil disputan cada dos años la Copa Barón de Río Branco. En 1948 los dos partidos se juegan en Uruguay, y éste gana la Copa. En 1950, previo al Mundial, se disputa la Copa en Brasil. El primer partido en San Pablo (Brasil bien preparado, Uruguay rejuntado a último momento) gana Uruguay 4 a 3. La revancha en Río, la gana Brasil 3 a 2. El desempate lo gana Brasil 1 a 0. Con la final del Mundial (Uruguay 2 a 1) en el año se disputan cuatro partidos, todos en Brasil, cada selección gana dos partidos y convierte ocho goles, desmintiendo la cantinela de que ganamos de casualidad.

 

El mundo era otro, el país era otro. Mr. Reed (el juez inglés de la final) hace sonar el silbato cuando la pelota enviada desde el corner va en el aire hacia el área chica uruguaya. Luego, si se repasa la historia se ve como Uruguay es perjudicado por decisiones de jueces o dirigentes, en 1966, 1970 y 2010. Y se llega al negocio actual de los contratistas, de los cracks que venden ropas, cosméticos, bebidas. Las cifras de sus contratos son obscenas. Y para vender conviene un mercado grande: no sirve que ganen los países débiles. La FIFA impide recurrir a la justicia local so pena de sanciones. Los medios (pata del poder, junto al económico, el político y el militar) hacen fortunas, y algunos gobiernos contribuyen con pan y circo, comprándole los derechos de televisión, en vez de exigirles la devolución parcial de las fabulosas ganancias por esos derechos cedidos por el Estado.

Este texto fue enviado el 15 de junio a Voces antes de la iniciación
del Mundial. Me anticipaba a la mafia de la FIFA.

Un abrazo, Julio

 
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